Las dos inversiones más importantes de la historia del Real Madrid cotizan al contrario estos días. Mientras la flecha de Bale está en verde y sus acciones van al alza, la de Cristiano aparece en rojo, en el mayor bache del portugués desde que viste la camiseta blanca. Los dos aterrizan de nuevo en Valdebebas como las máscaras tradicionales de tragedia y comedia griegas.
Para el galés son días de vino y rosas. Acaba de dejar a su selección a un punto de la clasificación para la primera Eurocopa de su historia, siendo héroe en Chipre, y regresa a un vestuario en el que sigue ganando peso y con un entrenador que le pone donde quiere, en esa posición de mediapunta que tan buen resultado le da con Gales y que quiere extrapolar al Real Madrid con la misma eficacia.
En su último partido antes de irse con el combinado galés se ganó al Bernabéu con dos goles. Es el gran reto de la temporada para Gareth, conquistar a un público con el que no tiene el mismo feeling que otros compañeros. Para Bale es como si cada sección, vomitorio o anfiteatro del estadio blanco fuera el Tendido 7 de Las Ventas. Pero poco a poco, en su tercera temporada de blanco, se los va metiendo en el bolsillo con encuentros como el del Betis.
Además vuelve a Madrid después de sentirse héroe en Cardiff. Con ese plus de cariño que siente cuando pisa sus Islas, Bale le ha demostrado desde la distancia a Benítez que puede asumir ese rol de '10' del equipo, al menos en partidos como los que suele jugar su selección, es decir, de ida y vuelta. Ahí el madridista, con espacios para estirar la zancada y hueco y ángulo para disparar, es letal.